jueves, 15 de octubre de 2009

ENCONTRADO EN UNA REVISTA DE YOGA : RAZONES DE UN VEGANO IMPURO

Cuando le digo a la gente que soy vegano -que no
como carne ni pescado ni lácteos ni huevos- hasta mis
amigos profesores de yoga me abren unos ojos como
si estuvieran frente a un extraterrestre. Yo les digo
que hay extraterrestres peores, unos que se alimentan
sólo de crudos y otros que ni siquiera comen. Pocos
me creen y yo no puedo evitar una sonrisa y la honda
sensación de gusto de ser un herbívoro convencido.
Antes, ante el tema del vegetarianismo , me
pavoneaba al decir que “nunca iba a dejar de comer
carne”. Los vegetarianos me parecían una especie
de molestos rebeldes –pálidos y desgarbadossin
mucho sentido del gusto. No me persuadía el
discursito de “no hacer sufrir a los animales”. ¿Acaso
las plantas no se ven también afectadas cuando nos
alimentamos de ellas? ¿Acaso la naturaleza no nos
muestra que la vida necesita de una cierta dosis de
agresividad? ¿Acaso el más apto no es el más fuerte,
aquél que puede “comerse” al otro? Yo, por mi
parte, comía huevos al desayuno, carne al almuerzo,
pollo a la cena y pescado en los restaurantes.
Pero la vida es irónica y en menos de tres meses
pasé por una intensa experiencia interior. Mi
cuerpo cambió mucho en este lapso. De repente
me sentía más liviano, más atento a sus señales
y sobre todo, me había dado cuenta de que no
necesitaba la proteína animal para alimentarme
y para mantenerme saludable, fuerte y flexible.
El verdadero cambio, en realidad consistió en que
me volví profundamente consciente de lo que como.
Ahora sé, por ejemplo, que sólo la quinua¹ -el súper
cereal andino - trae los 20 aminoácidos existentes. Lo
aminoácidos son los componentes de las proteínas, las
moléculas fundamentales para que el cuerpo regenere
sus tejidos y lleve a cabo sus actividades metabólicas.
La quinua contiene un 40% más de lisina –aminoácido
vital para el desarrollo de las células físicas y del
razones de
un vegano
impuro
cerebro- que la leche y es riquísima en minerales y
vitaminas. Greg Schlick, investigador de la NASA,
ha dicho tras varios estudios que “la quinua contiene
la proporción de proteínas y nutrientes más cercana
a la ideal para el ser humano”. De hecho, la NASA
y la FAO lo tienen como el “cereal” clave para la
humanidad en el siglo XXI y una opción indiscutible
ante la crisis alimentaria que se nos viene encima.
También sé ahora que la soya contiene un 38% de
proteínas y que un buen plato de arroz con frijoles
satisface las necesidades proteicas de un organismo
activo. Sé que las leches vegetales, como la de avena
o la de arroz son muy ricas en nutrientes y altamente
energéticas. Son además un elixir para el sistema
digestivo –que las procesa más fácilmente que la
leche de vaca puesto que no traen lactosa–, contienen
grasas no saturadas –lo que mantiene limpia la
circulación sanguínea de depósitos grasos– y por si
fuera poco son de gran ayuda para el sistema nervioso.
Ahora siento la generosidad de las vitaminas y
los azúcares de las frutas. La hora de la ensalada es
un deleite de colores y texturas. Soy especialista en
cereales y un fanático de los frutos secos. Nunca sentí
que hubiera “sacrificado” el gusto de comerme un buen
filete o una pizza de peperoni. No hay sacrificio en mi
elección y eso me garantiza que ha sido una decisión
sincera. Simplemente mi gusto cambió. Más aún: me
di cuenta de que el gusto es algo que aprendemos
culturalmente, un programa que instalamos por vía
familiar y social. Ahora sé por experiencia propia que
podemos –con una simple decisión– desinstalar el
software y reaprender a alimentar el cuerpo de manera
que no gaste tanta energía en el proceso de digestión.
Esa energía queda disponible para otras actividades.
Leí hacve poco en Internet que el atleta Scott Jurek
(en la foto abajo) se prepara para una maratón de
más de 100km con un smoothie de pera, plátano,
manzana, aguacate y espirulina. Jurek, vegano
desde hace años, mantiene el récord de carrera
de resistencia en la costa oeste de los Estados
Unidos: más de 200km en terreno escarpado.
Una persona que no sea atleta profesional necesita
54gr de proteína al día. Un deportista precisa unos
90gr. Adquirirlas no es problema con una dieta
vegana balanceada y consciente: media taza de
lentejas o de tofu contienen 10gr de pura proteína.
Mientras un cuarto de libra de carne de res tarda
unas cuatro horas en el estómago y hasta 72 horas
en el intestino, unas judías verdes con arroz se
demoran unas dos horas y media en el proceso
de digestión y se absorben en menos de 24 horas.
Sin embargo, no es sólo cuestión de administrar
mejor la energía. Mi primera percepción al prescindir
del alimento animal fue que mi cuerpo se tornaba
mucho más sensible a los mensajes sutiles: los
aromas, los sonidos, las vibraciones. Ésta es una
gran ventaja como profesor de yoga del sonido. A
veces logro ‘escuchar’ internamente las vibraciones
sutiles de un espacio o los estados de ánimo de una
persona: siento los acordes densos de su tristeza o los
arpegios dulces de su gratitud. Por lo tanto, puedo
conectarme mejor con ella y ayudarla en su proceso.
El quinto chakra es mi instrumento de trabajo.
Los yoguis lo llaman vishuda, que significa
“purificación”. No es que me crea un ser puro –lejos
de ello– y tampoco creo que los antiguos yoguis se
refirieran únicamente al cuerpo cuando hablaban de
purificación. De nada vale un cuerpo purísimo con
un corazón cerrado y una mente egoísta. Pero un
organismo limpio por dentro es una mejor herramienta
de servicio en el despertar de la consciencia.
Ahora bien: las “impurezas” del cuerpo –toxinas
cárnicas, químicos artificiales, ácidos grasos del
queso, azúcares refinadas, estimulantes, drogas,
tabaco y alcohol- salen por vía de las mucosas. Cuanto
más ‘veneno’ tienes en el cuerpo, más mucosas
generas, más pesado te vuelves y con mayor dificultad
logras conectar con tu música interior. Antes sufría
de rinitis alérgica. Ahora respiro profundamente
y siento cómo mis células se energizan de prana.
Además tengo un olfato infalible. Ya no necesito
tomar café pues quedo profundamente satisfecho
con su aroma acre y poderoso. Lo mismo con
el vino: apenas lo huelo y ya estoy de fiesta. No
como tortas ni chocolates: estoy enamorado
de la miel y las frutas me endulzan la vida. Me
conectan con la generosidad de las abejas y de los
árboles y no con una breve satisfacción artificial.
Desde luego no soy radical. No me suscribo al
veganismo puro. Se me parece demasiado a una
religión: te prohíbe comer miel, usar zapatos de cuero,
ropa de lana y cualquier producto de origen animal.
No me interesa hacer del alimento una religión, sino
una medicina. Cuando mi madre me prepara un buen
par de huevos me los como con gusto y siento el
poder animal circulando por mis arterias. Tampoco
me hago lío cuando mis amigos quieren comer una
pizza o me ofrecen una torta de cumpleaños. Uso
botas de cuero porque me gusta subir la montaña.
Sé, sin embargo, que soy vegano no sólo por mí,
por “mi” salud o por “mi” gusto. Soy consciente
del estado crítico en que nos encontramos como
humanidad. Sé que la ganadería es el cáncer de la selva
amazónica y que, como mostró la FAO hace un par de
años, genera 18% más de gases de efecto invernadero
que el sector de transportes. Sufro al pensar que
hemos inventado un sistema brutalmente eficiente
para masacrar vacas e inflar pollos con hormonas. Sé
que en menos de 50 años, el mar prácticamente no
tendrá peces. No estoy de acuerdo con nada de esto.
Ser vegano -un vegano impuro- es mi forma
de protesta ante este derroche de violencia y de
inconciencia. Es mi postura, una postura silenciosa,
serena y casi secreta. Es una ética personal y una
manera de recordarme a mí mismo, tres veces al
día, que mientras me encuentre en este planeta,
me encuentro para amar, perdonar y ayudar a
mitigar el sufrimiento de otros seres, humanos o no.
Ahora sé que los vegetales no sufren cuando los
comemos, pues no tienen sistema nervioso y sé que nos
donan sus frutos a manos llenas. Sé que el más apto no
es quien puede comerse al otro, sino aquél que logra
cooperar con ese otro de manera inteligente. Sé que
la vida no muere y por lo tanto no necesita defenderse
o atacar para subsistir. Sé que no soy un cuerpo, que
éste es simplemente un vestido prestado mientras
camino por esta tierra y mientras camino, me inspira
profundamente saber que alimento sus células con
la materia noble, sabia y luminosa del reino vegetal,
no con el dolor y el miedo de la muerte animal.

http://www.happyyoga.com/revista1.pdf